Gracias a la televisión transnacional el fútbol se ha transformado en un complejo mediático industrial en el mundo entero. El fútbol no es ajeno a la política, a los negocios, al espionaje y a las evasiones cotidianas de las mayorías y de las elites. La dialéctica de las relaciones entre globalización, identidad nacional y xenofobia tiene un claro exponente en este deporte que mantiene la fidelidad emocional de cientos de millones de humanos que pueden cambiar de país, de estado civil, de amigos o de profesión. Pero no de los colores del equipo que se llevan puestos desde la infancia hasta la tumba.
Desde que el Barça se convirtió en el equipo de referencia mundial en cuanto a su excelencia en el juego, sus títulos, la incomparable estrella icónica de Messi, empezaron los problemas en muchos frentes. Sandro Rosell fue detenido y se pasó 22 meses en la cárcel sin que la justicia encontrara delito alguno. ¿Quién le resarce de una pérdida de libertad tan prolongada e injusta? El lamentable ‘caso Negreira’ es el espantajo que agita la masa crítica mediática con sede en Madrid cuando Xavi ha construido un equipo con la ambición de volver a ganar la Liga y competir decentemente en Europa.
Que el ex comisario Villarejo sea una fuente fiable para desequilibrar institucionalmente al club forma parte del todo vale que se practica desde siempre pero especialmente en lo que va de este siglo. El fútbol es solo fútbol y no una caja de resonancia de trifulcas políticas, sociales, económicas, mediáticas y conspiraciones varias. Es un deporte.